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Réquiem para un boxeador




Escrito por Ignacio Kokaly


La disciplina, que hasta el día de hoy suma un total de 1.000 mártires, parece condenada a desaparecer en Chile. Deportistas dentro del ámbito pugilístico ven cada día mermadas sus oportunidades de surgir en el país. Con requerimientos médicos básicos denegados casi en su totalidad, lejos de las cámaras y con lesiones neurológicas mortalmente degenerativas, el boxeo chileno despide en un mudo adiós a esos años dorados en los que fue tan aclamado; estos son los hitos que marcaron el largo camino a la ruina.


En Chile, partió en albores del siglo pasado, cuando la actividad se desarrollaba precariamente en carpas de circo ubicadas en los barrios marginales a lo largo de Chile, no había doctores monitoreando el estado físico de los luchadores, el dinero que se ganaba era prácticamente nulo, los asistentes eran los más acérrimos y enajenados seguidores del deporte. Hoy en día, parece haber involucionado hasta volver a sus inicios.

La época donde se celebraba a grandes boxeadores nacionales como Estanislao “Tany” Loayza, Arturo Godoy e incluso Martín Vargas, se esfumó por completo a principios de un nuevo milenio en una historia que culminó con un muerto, varios heridos, bastante plata perdida y un debate que se arrastra hasta el día de hoy.

Un hombre muerto en el Ring


La tarde del 20 de diciembre de 1991 en Coyhaique se produjo una tormenta perfecta dentro del mundo del box, de esas que inundan los ojos de los presentes y en sus vestigios arrasan con todo a su paso. El boxeador chileno, David Ellis, salía del encordado por sus propios medios tras disputar un encuentro con el boxeador argentino Abdenago “Danny” Jofré.

El púgil trasandino logró conectar exactamente cuatro golpes después de que Ellis hubiese levantado los brazos en señal de rendición. Luego, ambos salieron del cuadrilátero y dieron sus declaraciones a la prensa.

“Lamentablemente no pude trabajar los 12 rounds, pero fue una bonita pelea”, decía Jofré a los medios mientras a su rival le daban dos puntos en el párpado izquierdo dentro del hospital. Salió con el ego hecho pedazos y un fuerte dolor en la cabeza.

Pronto llegaría la terrible noticia: Ellis estaba vomitando en la calle y ya no aguantaba la jaqueca. Fue llevado nuevamente al hospital para nunca salir. 9 días después, el boxeador nacional, con 29 años, murió en el Instituto de Neurocirugía de Santiago, lugar donde se trató, inútilmente, salvarle la vida.

David Ellis murió, en concreto, por un “elefante invisible” que los propiciadores de esta disciplina, hasta el día de hoy, no solo se contentan con ignorar, sino que también lo niegan rotundamente. El daño existe, es algo real y palpable, pero conforme ignoramos su naturaleza, el riesgo se desvanece.

Los púgiles, Diego Mateluna y Cristian “La Cobra” Salas coinciden en lo mismo. Los dos evitan encontrar mis ojos y centran su mirada en el vacío; se paran en seco y hacen una larga pausa. “Eso pasa muuuuy a largo plazo, cuando te subes a que puro te peguen”, sentencia Mateluna mientras cruza los brazos. Salas, quien es psicólogo de profesión, es aún más tajante cuando señala que “Es un mito (…) Un estigma que tiene el boxeo.” No obstante, la evidencia científica indica todo lo contrario.

El “Punch Drunk”, o borrachera de golpes, es el término conocido desde los años 50’s para las lesiones neurológicas que sufren los boxeadores profesionales y amateurs de considerable trayectoria. Según se publicó en un estudio de British Medical Journal’s, sería el responsable de que la disciplina tenga un incremento de al menos un 11% en mortalidad respecto a los demás deportes.

Lo cierto es que la borrachera es solamente una hemorragia cerebral. La repetición constante de golpes en la cabeza genera una serie de reverberaciones, producto de las cuales el cerebro choca contra las paredes internas de la cabeza; los vasos sanguíneos en el cráneo se revientan y comienzan a llenar el espacio entre el cerebro y las meninges con sangre, oprimiendo la masa encefálica.

Todo boxeador es un posible candidato a sufrir esta enfermedad propia del pugilismo. Los golpes en la cabeza van pasando la cuenta a lo largo del tiempo, se acumulan y dejan secuelas que se manifiestan tardíamente. Al principio, los golpes se presentan como pequeñas hemorragias que forman coágulos, y con ellos, aparecen los primeros síntomas.

Las consecuencias son un común denominador para designar al “Punch Drunk”. Estas incluyen una pérdida de memoria que a menudo ocasiona lagunas mentales. El boxeador es incapaz de recordar ciertas cosas y algunos recuerdos simplemente desaparecen. También se aprecian problemas en el habla y la movilidad del púgil, lo que da la impresión de que este se encuentra borracho todo el tiempo, otorgando el merecido nombre a la enfermedad.

El efecto acumulativo hace de esta lesión neurológica algo irreversible, ergo, una vez que se ha empezado, solo empeora. Cada vez se dañan más los tejidos en las paredes del cráneo hasta que simplemente colapsan y el boxeador cae muerto.

Cada cierto tiempo, el boxeo cobra la vida de algún pobre desgraciado y nuevamente pone este tema sobre la tarima, siendo el último, al cierre de este reportaje, Scott Westgarth, quien tras vencer a su oponente el 26 de febrero del 2018, se desplomó en su camarín.

Desde el año 1900 al 2007 han fallecido un total cercano a los mil boxeadores, arrojando un promedio de nueve pugilistas muertos cada año a nivel mundial.

Si bien hay quienes fallecen sobre el ring, otros ni siquiera se enteran que están cerca de morir, los más afortunados, como Westgarth, salen incluso victoriosos de una pelea sin notar que se encuentran mortalmente heridos. El resto, como fue el caso de Ellis, pasan días en coma antes de entregar definitivamente su vida.

Sin ir más lejos, el propio Mohammed Ali sufrió los efectos arrolladores de este deporte cuando le diagnosticaron Parkinson.

Las lesiones neurológicas están presentes en la mayoría de los boxeadores y los que aún no las presentan es porque todavía no tienen los suficientes combates.

Existe una razón contundente para afirmar que todos los boxeadores padecen de los síntomas asociados, y es que ni siquiera Alí, con todo su dinero, pudo evitar toparse con el causante de todo esto: Los guantes.

Según el Royal College of Phisicians los guantes de box son los responsables, pues cada vez que impactan la cabeza del boxeador, hacen una serie de reverberaciones que el cerebro manifiesta con ese efecto de bola de pinball.

Bajo esa lógica, las peleas a mano desnuda o incluso con puños americanos, son más seguras que el guante. Como están pensados, sirven para proteger la mano de quien golpea, creando un cómodo colchón que evita fracturas y da un mayor alcance a la potencia del puñetazo, pero no hace nada por proteger la cabeza de quien recibe el puñetazo.
Sin Reclamos

La muerte de David Ellis revolucionó completamente el plano del boxeo chileno, era la primera tragedia de este tipo en el país y hasta el momento se habían ignorado todos los riesgos asociados a este deporte.

Fue entonces que los médicos pusieron el grito en el cielo y se manifestaron en contra del boxeo. El Colegio Médico de Chile exigió coléricamente que se eliminara por completo esta disciplina y a través de una declaración emitida en 1991 y que rige desde 1992 señalaron que:

“En consecuencia, el colegio Médico de Chile declara como una falta grave a la ética profesional la participación de médicos en la asesoría del Box, salvo cuando se trate de la acción clínica normal para el tratamiento del boxeador enfermo. No pueden los médicos estimular o permitir el ejercicio de esta disciplina física interviniendo en la preparación y acondicionamiento físico para el combate. Asimismo, cualquier médico debe hacer todo lo posible para impedir que cualquier combate se lleve a cabo desde su comienzo. No le corresponde al médico dirimir si el boxeador está o no en condiciones de seguir boxeando.”

En la misma carta, que posteriormente fue enviada al Poder Ejecutivo, la entidad no reparó en vetar completamente a sus médicos en cualquier etapa del desarrollo del box con el siguiente punto donde expone las duras sanciones a sus colegiados:

“La persistencia de médicos asesorando el Box, será motivo de denuncia al Colegio Médico. Este no respaldará a ningún médico que se vea comprometido en la asesoría de este seudo deporte”.

Este documento fue, paradójicamente, en contra de lo estipulado por la Asociación Médica Mundial en 1983, que sí recomienda y es enfática en señalar la presencia de médicos asistiendo eventos relacionados al box, mas dotándolos con la autoridad para detener el enfrentamiento en cualquier momento.

Las palabras del Colegio Médico y el efecto mediático que adquirió la muerte del púgil fueron lo suficientemente potentes como para llegar a oídos del Gobierno. El Ministro de Salud de la época, el Demócrata Cristiano Julio Montt Momberg, calificó al boxeo como lisa y llanamente “una barbarie”.
¿Cuánto vale el show?

“El problema es que hay mucha corrupción en el boxeo”, dice Diego Mateluna mientras señala una hilera de sacos de box rojos que cuelgan desde el techo. Son pequeños, genéricos, chinos y el “boom” que está en el centro de poliuretano tiene un aire infantil. “Esto es lo que nos entregó la directiva que estaba antes” ¿Qué pasó con la plata? Mateluna se encoge de hombros con resignación.

Después se mueve y con ira golpea un enorme saco negro de la marca Everlast a pocos metros de la hilera de sacos rojos. “Estos sacos profesionales son donados… Se los donó Harold Mayne-Nicholls al profe Martín (Vargas)”

Una de las principales razones por las que el boxeo en Chile parece haber quedado sepultado para siempre es el tópico del dinero y la ética en la disciplina.

El retirado boxeador chileno Juan Carlos “Coraje” González, quien fuera cuatro veces campeón de Chile en la categoría amateur y Vice Campeón sudamericano, se apoya en las cuerdas del cuadrilátero y detiene el sparring que ejecuta Cristian “La Cobra” Salas. Entonces, Coraje clava la mirada en los ojos azules de su pupilo y hace un ademán que se acerca medianamente a cubrir su boca. “Cuando el boxeador crea la mística, crea el interés, entonces la gente paga”, dice mientras esboza una sonrisa de oreja a oreja. Salas consiente sus dichos con un mudo contacto visual. Esa noche pelea Julio “El Ingeniero” Álamos. La pelea fue televisada por Canal13 en una especie de regresión a la época de 1980 donde desmesuradas cantidades de dinero se hacían presentes en el plano pugilístico y cada pelea era emitida como si fuera un partido más de fútbol.

Hay una figura que, para bien o para mal, parece haberse esfumado dentro del mundo boxeril: El mánager.

El trabajo que ejecutan es similar al del carnicero, pues mientras los entrenadores “faenan” y retiran la grasa de sus boxeadores para dejarlos limpios y aptos para el combate; los managers se encargan posteriormente de ponerlos en vitrina.

El negocio deja buenas sumas de dinero, pero no siempre para los boxeadores. Es Martín Vargas, la leyenda del boxeo chileno, quien señaló en una entrevista con el canal “La Red” que mientras los periodistas de la revista “El Gráfico” sindicaban en $40.000.000 de pesos la cantidad obtenida por la primera disputa de Vargas por el Título de Campeón del Mundo, él obtuvo la escueta suma de apenas $150.000 pesos.

El hombre que llevó a la cima la carrera de Vargas fue Lucio Hernández, una especia de versión criolla del repudiado promotor de boxeo estadounidense Donald “Don” King, autor de dos homicidios y la ruina de varios boxeadores que le acusan de apropiación indebida de sus bienes económicos y el deterioro físico que hizo a varios de ellos fallecer antes de conseguir justicia por sus demandas.

“Por las diez peleas que hice en mi última etapa como boxeador gané 80 millones de pesos — dice refiriéndose a su regreso en los años 90’s — , más plata que en 21 años de carrera. ¡Si Lucio Hernández quería que yo quedara loco para que nunca supiera lo que había pasado con mi plata! Yo nunca firmé un contrato, nunca supe cuánto pagaba la televisión. Él me la robó. Dicen que gané medio millón de dólares… ¿de dónde?” Señaló Martín Vargas el año 2003 en entrevista con El Mercurio respecto a Hernández, quien es identificado por el púgil como el responsable de que hoy no tenga dinero.

Sin embargo, no todo se trata de las ganancias, pues lo que se paga no solo cuesta dinero, muchas veces, la rentabilidad de este deporte está ligada a la explotación física y psicológica del boxeador, de ahí la cuestionable ética que existe sobre profitar en la disciplina.

No es Vargas el único en disparar contra Lucio. Víctor Sforzini psicólogo que trabajó a la par de Martín y su manager, situó, en entrevista con Somos Blink, a Hernández en el medio del huracán que se gestaba en la relación que el mítico boxeador mantenía con su esposa:

“Cuando conversé por primera vez con él (Lucio) me pidió que terminara lo que había comenzado el asesor psicológico anterior… Lograr que Martín se separara de su esposa. A lo cual no accedí, le dije que iba a salvar ese matrimonio, que era fundamental esa contención que da la pareja en la vida del deportista. Pero ellos tenían una muy extraña idea que un “gladiador” no podía pensar en el amor. Lamentablemente buscaron crear mucho odio hacia su mujer, lo que estaban consiguiendo, la relación era muy mala”.

El psicólogo también cuenta que fue Lucio quien tomó la decisión de someter a Martín Vargas a varias sesiones de hipnosis antes de cada pelea y de forma habitual en el entrenamiento para que este rindiera más en los combates y descargara toda su ira contra el rival.

Hay casos, donde el abuso que los boxeadores reciben por parte de sus managers les cuesta la vida. Hablamos precisamente de David Ellis y situamos su lento y tortuoso camino a la muerte porque es prácticamente un manual de todo lo que no se debe hacer en el boxeo: Le expusieron sabiendo que su record como boxeador era más bien precario: 3 victorias, 14 derrotas (5 por KO) y 4 empates, para ser exactos; Vivian Bustos, especialista en el área médica de la Federación de Box, le otorgó el pase para pelear aun cuando sus condiciones físicas indicaban todo lo contrario en el parte médico emitido por la doctora María Luisa Cordero, donde se le halló un TEC cerrado; pero quizás el punto más bullado fue la crítica a René Haro, promotor de boxeo con el cual Ellis había firmado contrato apenas unos días antes de la pelea, y que según los veedores de aquel pleito, impidió que el técnico responsable de la esquina que el boxeador ocupaba esa noche arrojara la toalla, ocasionando el fatal desenlace.

La bolsa acumulada para ese encuentro era de aproximadamente $130.000 pesos que Ellis tenía planeado usar para comprar regalos de navidad para su esposa e hija. En concreto, le terminó costando la vida.

Ese día el boxeo chileno sufrió el mayor revés de su historia y marcó el declive de esta disciplina en Chile, de ahí que los promotores de la disciplina rehuyeron al box y poco a poco se convirtió en una actividad cada vez menos rentable. Los pocos que se atrevieron a mantenerse en el negocio, como es el caso de Pedro Pino, perdieron cuantiosas sumas de dinero en la hazaña, y otros como fue el caso del empresario Miguel Nazur, acabaron de la forma más baja posible, cuando acusó a su representado, Carlos Cruzat, de haberle robado una camioneta Ford Explorer que según el boxeador, fue dada como parte de pago por una deuda de más de $80 mil dólares que quedó impaga.

Luz al final del túnel


El entrenador Coraje toma a un chico de 19 años aproximadamente del brazo, es alto y moreno, “Cuéntale al periodista cómo llegaste aquí”, dice Coraje mientras le da una fuerte,tosca, pero afable palmada en el hombro derecho.

Inmediatamente se da la vuelta y exhibe su espalda desnuda con una cicatriz que va desde el cuello a la espalda baja. Dice haber participado en un atraco junto a unos amigos, chocó el auto y estuvo a punto de terminar parapléjico.

“El barrio está malo” es la frase que más se repite. Declara que si no estuviese allí se encontraría robando. Coraje lo mira y con orgullo dice que “el boxeo lo alejó de la calle”.

Él es solo uno de los chicos que asisten a la Escuela de Boxeo en el Estadio Nacional. Diego Mateluna revisa su cuaderno. “Por la nómina, tengo 250 alumnos en el taller”, dice mientras tickea con un lápiz azul cada uno de los nombres de los asistentes conforme responden al listado.

Saben que jamás harán del boxeo algo necesariamente rentable y conocen a cabalidad la difícil situación en la que se encuentra su disciplina. ¿Por qué lo hacen? Más allá del dinero, ahí donde confluyen los sentimientos, hay pasiones. Están dispuestos a correr cada riesgo por hacer lo que aman, solo ellos saben cuánto obtienen del box a cambio. Son 500 alumnos que en total acceden a clases de boxeo gratuitas con míticas figuras del ámbito boxeril. Son la prueba fehaciente que nos devuelve a replantearnos si la disciplina que parece estar condenada a morir ¿Está dispuesta a hacerlo?